¿Quién soy?
Soy de Zumpango, lugar que en náhuatl (“Tzompanco”) significa hilera de calaveras, y cuyo olor a muerte rebasa los confines de los tiempos. En sus lagunas quedaron las almas de los caídos en la Conquista, y quizá, algunas de las más de dos mil mujeres asesinadas de 2011 a la fecha, según el SNSP.
Del sitio que me vio nacer conozco muy poco: supe que también fue ‘conquistado’ por el CJNG, que entró al famoso libro de Récord Guinness por el castillo pirotécnico más grande del mundo y que guarda secretos familiares maternos que hasta la fecha resuenan en mí.
Con el municipio que albergará al nuevo aeropuerto de Santa Lucía guardo una conexión profunda, casi mística. Al final, uno siempre quiere saber de dónde viene.
De Zumpango recuerdo a mi abuelita Cruz, a su inseparable paliacate en la cabeza y sus limpias con pirul; el frío, el pulque, la camioneta con botes de leche de vaca que pasaba por las tardes, por cierto, odiaba su nata.
También atesoro el “bosque encantado”, el “bote pateado”, el “burro castigado”, el Póker, el idioma del revés; las casas improvisadas en el patio, las historias de terror, los libros de magia blanca, los picagomas y todas las aventuras que mi prima Kika y yo vivimos por ahí de los 9 años.
Después de ese tiempo, lo demás es un enigma. Desde que tengo 3 años anduvimos del ‘tingo al tango’ por el trabajo de mi papá: militar, pero un día, tuvimos que ir a vivir ahí con mi tía, pues mi hermana menor nacería en la Base Aérea Militar de Santa Lucía, ¿quién lo diría?
Al paso de los años y a varios kilómetros de ahí, dejé atrás las historias de terror y como profesional pude contar otras en un medio nacional: El Financiero, donde mi paso fue fugaz, pero se sintió como toda una vida. Fue una escuela del oficio, pero, más que nada, de experiencia. También la “gota que derramó el vaso” para materializar lo que siempre quise ser y no sabía.
¿Y de Zumpango? Ahora es ése lugar que nunca dejará de sorprenderme y al que siempre acudiré para encontrar respuestas. Lo mismo con las historias.
