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El triángulo de Pink Floyd que dibujó Waters en Palacio de los Deportes

  • Foto del escritor: Paulina Nares/cuentahistorias
    Paulina Nares/cuentahistorias
  • 17 oct 2022
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 19 oct 2022


Aún no supero el concierto de Roger Waters y no tengo idea de cuánto me tomará.


Siempre he creído que Pink Floyd es ese lugar oscuro donde curiosamente puedes encontrarte. Todo el concierto fue un recordatorio de eso a nivel humanidad. Lloré, por supuesto.


Waters, el hombre que vivió durante la Segunda Guerra Mundial y el que ahora vive la guerra con drones entre Rusia y Ucrania (dispositivos que usa para volar la oveja y el cerdo). El que cofundó la banda de rock que escuchan mi papá, sus hermanos, mis primos, tíos, un viejo amor y yo. La que escuché a los 12 cuando iba al Chopo de visita al entonces DF y no asimilaba mucho. La que escuché amando hasta el cansancio y la locura, estando del otro lado de la Luna, en psicodelia; incluso le puse su nombre a un perro adoptado. Me invitaron a su mundo. Le entendí un poco más. Entré. Aprendí. Sufrí. Crecí. Una vez dentro, ya no puedes salir. Es un triángulo.


Me quedo con tantas cosas del concierto, pero algunas de ellas: los jóvenes y niños con sus padres y madres coreando las letras inmortales. Un señor extasiado, verlo me hacía sentir surreal, a ratos parecía que era tridimensional. Se le salía el alma en cada nota, en cada frase. No existían las casi 20 mil personas. Sólo él y Waters, en una cita que parecía haber estado esperando. NO era el único en esa situación.


Me quedo con el triángulo infinito, el que dibujó Waters en el Palacio de los Deportes, ése en el que, así como la vida, atraviesas como luces por en medio sabiendo que del otro lado te espera la oscuridad, o si entras del otro lado, quizá pase lo contrario. El chiste es ir por en medio, burlando la geometría. Entender la locura no me cuesta.


También me quedo con el mezcal, la playera de la Selección Mexicana con el 10. Su saludo al amor, a los que compraron boletos en 2020 y ya no están. El cerdo y la oveja en nuestra caras restregándonos la realidad. Su despedida tras bambalinas, me recordó a una celebración del Día de Muertos.

Su nostalgia fue la nuestra. Después de todo, ¿quién no reacciona al escuchar llorar una guitarra o un bajo? Un flashback por la historia de la banda, de su vida, del rock, de nuestra vida. Puede que sea la primera y última vez que lo vea, 79 años es mucho tiempo (físico), pero Waters, junto con Barret, Mason, Gilmour, Wright y compañía, ya es eterno. Me hubiera gustado ir con mi papá, quien, por cierto, es militar retirado y está en contra de la presencia de las Fuerzas Armadas en las calles para labores de seguridad. Sabe, como todos, qué significa. También creció con el rock en español, con Pink Floyd, Creedence y Doors.


La vida es generosa, por poco me quedo sin boleto, pero me cayó del cielo. Como diría Syd: “This is not a drill".

 
 
 

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