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El cosquilleo de la guerrilla

  • Foto del escritor: Rivelino Rueda/ periodista
    Rivelino Rueda/ periodista
  • 3 jun 2021
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 3 jun 2021


Xoxocotlán-San pedro Pochutla.

El trayecto fue largo desde la capital oaxaqueña hasta San Pedro Pochula, con una parada en Santa Cruz Xoxocotlán. Habrán sido unas ocho horas de camino por la Sierra Sur.


Alguien comentó en “La Machuchona”, una de las dos camionetas que transportaba a los reporteros en la primera campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador, medio en serio, medio en broma, que esa era una zona del Ejército Popular Revolucionario (EPR).


--Imaginen que nos metan unos troncos a mitad de la carretera—comentó un compañero reportero de radio.


--Pues a sacar fotos y a hacer entrevistas—respondí entre las carcajadas de todos.


Por ahí de las nueve de la noche llegamos al último punto de la gira de campaña de López Obrador de ese día.


Era el 15 de marzo de 2006. Nos tardamos más de la cuenta porque el convoy fue detenido, en seis ocasiones, por pobladores de las comunidades serranas para darle su apoyo, pero también para reiterarle al tabasqueño que “no iban a permitir otra chingadera como la que le hicieron a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988”.


El camino fue alucinante. La Sierra Oaxaqueña es una especie de paisaje de otro planeta. Las cañadas, los acantilados, la interminable vegetación, las comunidades enclavadas en los cerros y montañas, la neblina impenetrable, la lluvia repentina, el sol buscando una salida entre la cerrada naturaleza, un arcoíris ahora y ahora no. Hay noches en que todavía sueño ese trayecto.


Con tres horas de retraso llegó la caravana a San Pedro Pochutla, localidad situada a 40 minutos de Huatulco.


A un kilómetro de arribar a ese pueblo se notaba una nube anaranjada en medio de la cerrada noche de marzo. Hubo inquietud entre los compañeros que íbamos en la camioneta. Un profundo silencio se apoderó de todos.


--Nos van a linchar por colgados, pero es que el pinche Peje se pasa, de veras— comentó un fotorreportero y se rompió un poco la intranquilidad.


Unos doscientos metros antes de la garita de entrada a San Pedro Pochutla comenzaron a observarse decenas de personas enarbolando antorchas. Las camionetas frenaron repentinamente y el excandidato presidencial descendió del vehículo en que viajaba.


Un alarido de apoyo se escuchó en la noche cerrada, en medio de ese espectáculo estremecedor, con cientos de antorchas iluminando la negrura del cielo y de la Sierra.


Así avanzó la comitiva unos cuatrocientos metros, flanqueado por decenas de lugareños agitando palos de fuego anaranjado.


Lo que llamó la atención es que algunos de ellos iban embozados y no acompañaron la caravana hasta la calle principal de San Pedro Pochutla, donde se desarrolló el mitin. Más bien dieron media vuelta y se perdieron en la oscuridad de las montañas.


Rodrigo, el muchachito güerejo, fornido, de unos 25 años que conducía “La Machuchona”, preguntó que si nos bajábamos ahí o si nos íbamos con él en la camioneta hasta las calles que estaban atrás del templete donde López Obrador encabezaría el mitin de campaña, pero advirtió que teníamos que darle toda la vuelta al pueblo (de San Pedro Pochutla). Cuatro reporteros determinamos acompañarlo.


Eran algo así como 500 metros los que tenía que recorrer el candidato presidencial desde donde se bajó del automóvil en que viajaba hasta el templete. Medio kilómetro tupido de personas que esperaron un retraso de tres horas.


Las camionetas avanzaron por las calles de Pochutla en medio de la noche. Todavía no terminábamos de asimilar el recibimiento con las antorchas cuando otras imágenes nos dejaron sin palabras. Todas las casas que vimos en el trayecto, todas, estaban vacías, con las luces apagadas. Una tras otra, una tras otra y así todo el trayecto. Todo el pueblo estaba en el centro, en el mitin.


A estirar las piernas y a encender un cigarro. El candidato de la coalición “Por el Bien de Todos” (PRD-PT-Convergencia) todavía no llegaba al templete. Habían pasado 20 o 30 minutos desde que lo habíamos visto por última vez bajándose de la camioneta y todavía no había terminado de recorrer ese medio kilómetro con remolinos de gente.


Compré un refresco de cola en una farmacia y fui a recargarme en un automóvil. Casi en los hombros recibí una pregunta a bocajarro. Voltee y era un muchacho como de 20 años, moreno, de ojos negros, muy abiertos.


--¿Cómo?—pregunté destanteado.

--¿Que si vienen con Obrador?

--Sí, pero de prensa…

--Ahhh… ¿Del deefe?

--Sí, de allá mero.

--¿Se vinieron por la Sierra?

--Sí. Todavía vengo impactado de los paisajes.

--Ja, ja, ja, ja, ja… Y eso no es nada.

--No hay nadie en sus casas, ¿verdad? ¿Todos andan por acá?—pregunté al joven, todavía sin creérmela.

--Así es, todos andamos por acá.


Faltan unos veinte minutos para que el reloj marque las once de la noche y López Obrador está en la parte final de su discurso.


Los pochutlecos escuchan atentos las palabras del candidato, pero una y otra vez lo interrumpen con aplausos, arengas y gritos. Enciendo otro cigarro. Será el cuarto o quinto desde que nos bajamos de las camionetas.


Tomo notas en un cuadernillo de hojas frágiles por la humedad de la costa oaxaqueña y por las gotas de sudor que le han caído en las últimas semanas.


No dejo de pensar en el recibimiento con antorchas, en las imágenes de la sierra y en las casas vacías… En las palabras que la gente le ha dicho a López Obrador en Guerrero, Michoacán, Chiapas, Tabasco, Sinaloa, Veracruz, Michoacán, Hidalgo y, por la mañana, en Santa Cruz Xoxocotlán:


“¡Ya no vamos a aguantar una chingadera más de fraude!” “¡Nos levantamos en armas si hacen otra chingadera!”


El muchacho sigue a mi lado. No acepta ni el cigarro que le ofrecí ni un refresco. Observa atento hacia el templete.


--¿Y hay guerrilla por acá?--le pregunto a bocajarro.

--¿Cómo?—responde y delata una sonrisa que indica que entendió perfectamente la pregunta.

--¿Que si hay guerrilla por acá?—insisto.

--¿Los recibieron con antorchas allá en la garita?—revira con tono pausado y con los ojos bien abiertos. No suda, a pesar de la espesa humedad.

--Sí—respondo mientras intento contener con un paliacate las gruesas gotas de sudor que escurren por el rostro.

--Pues varios de los que estaban ahí son guerrilleros.


Foto 1: Estatua de Benito Juárez en Gualatao, Oaxaca, durante mitin de AMLO (enero 2006).

Foto 2: Simpatizantes en Tecuala, Sinaloa, regalan al candidato una chachalaca. (marzo 2006).

Foto 3: Plantón Zócalo-Reforma. Simpatizantes escuchan el fallo del TEPJF sobre la elección presidencial. (Septiembre 2006).

 

Sigue más de cerca a Rivelino en TW: @RivelinoRueda

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