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Viajes de trabajo y otras tragedias

  • Foto del escritor: Diana Ramírez / Comunicóloga mexa
    Diana Ramírez / Comunicóloga mexa
  • 7 mar 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 8 mar 2021


Foto: Diana Ramírez.

Esta es una historia de terror, de esas que te revuelven el estómago y te secan la boca.

Estaba por cubrir un evento importante para mi nuevo trabajo, en el que por cierto, llevaba cinco días.


Un día antes del vuelo preparé todoooooo: maleta, compu, cámara, cables, cargadores, ropa. Repasé el plan de pe a pa. NADA podía salir mal.


Me tocaba cubrir un evento importantísimo al cual muy pocos tendrían acceso. REPITO: NADA PODÍA salir mal, pero salió.


Llegó el día. Recuerdo que esa noche no pude dormir bien, me atrevo a decir que de la emoción. Despertaba cada hora para ver el reloj y, finalmente, me levanté a las 5 am, me bañé, cambié, hice mi desayuno, repasé una vez más el plan, revisé mi pase de abordar, busqué mi INE en la bolsa y sentí la certeza de que todo estaba contemplando, excepto una cosa: la Ley de Murphy.


Quisiera dar más detalles de toda la osadía adentro del aeropuerto, los filtros de seguridad rebasados, gente por aquí, gente por allá, protocolos de salubridad por la pandemia... y bueno, yo seguía con la maldita certeza de que nada podía salir mal. Pero sí, amigos, salió. Salió y la situación me golpeó la cara y me llené de rabia e incredulidad.


¿Quieren saber cuál es la verdadera historia de terror?

Perdí mi vuelo. Sí, señores. Perdí el único vuelo que me llevaría a tiempo a mi destino para cubrir tan importantísimo evento pero que, más allá del evento, me sellaría mi primera semana de trabajo.


Corrí de extremo a extremo por el aeropuerto pidiendo que hubiera otro vuelo inmediato que me ayudara a evitar la vergüenza de lo sucedido. Que dicho sea de paso, llegué con tiempo a la sala de abordaje pero nada de lo que diga ahora cambiará lo que pasó y más bien sonará a excusa.



Foto: Diana Ramírez.

Perdí mi vuelo y ahora solo me quedaba correr a conseguir otro, resolver la situación y, por supuesto, avisarle a mi jefa. Llegué a la ventanilla y ni pagando el siguiente vuelo (carísimo, por cierto) llegaría a tiempo a limpiar mi reputación.


Sentía la boca seca. Mil sensaciones combinadas pero pude identificar algunas: rabia, negación, susto, incredulidad, miedo, tristeza, pena, enojo.


El resto fue lo más interesante a nivel profesional porque dejé de lado mi rabieta y me puse a buscar soluciones. Llamé aquí y allá y logré que la chamba saliera, si me preguntan cómo, les cuento en otra entrada con más calmita.


Esta ha sido una de las lecciones más cabronas de mi vida profesional. Todo lo que vino durante las próximas horas me dejó muchos aprendizajes, de mí, de las personas, de mis compañeros de trabajo.


Pero me atrevería a decir que gracias a esta experiencia descubrí, como Jorge Drexler, que había llegado a la edad aquella en que las certezas caducan.



 

Sigue más de cerca a Diana en:

TW: @diann_camm

IG: diann_cam



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